La Costa Blanca tiene contrastes sorprendentes que permiten dar saltos insospechados entre universos turísticos en cuestión de minutos. Como el que nos lleva desde Benidorm, la capital del sol y playa, hasta las bellas montañas de la sierra de Aitana en un recorrido de menos de una hora en automóvil. Da igual por dónde empezar, Vall de Guadalest arriba o Vall de Guadalest hacia abajo, la experiencia será irrepetible. Si empezamos por Benidorm, y el resto de municipios costeros de la Marina Baixa, como Altea, l'Alfàs del Pi, Finestrat y Villajoyosa, el mar estará siempre presente. Calas y playas sin parangón en todo el litoral, deportes acuáticos y atracciones como el cable ski, espectaculares parques temáticos y de ocio, discotecas y bares para vivir la música sin freno, zonas de copas para todos los gustos y espacios urbanos con la firma de los mejores arquitectos y urbanistas, como Ricardo Bofill (parque de l'Aigüera), Carlos Ferrater (paseo de Poniente) y Oriol Bohigas (paseo de Levante). Sin olvidar una oferta hotelera y de alojamiento sin parangón y todo lo que un turista pueda soñar para cubrir las 24 horas del día sin dejar de vivir experiencias.
Todo ello sin sacrificar el sabor a mar y la belleza de unos entornos respetados gracias al carácter compacto de la ciudad de Benidorm, cuyo skyline es ya una imagen referencial del imaginario turístico. A escasos kilómetros, Altea, con su pueblo pintoresco rematado por la ya legendaria cúpula azul de la iglesia de Nuestra Señora del Consuelo, ofrece artesanía, deportes náuticos, una oferta de restaurantes más que notable y excelentes calas.
Villajoyosa saluda al mar con una frente litoral de casitas de pescadores pintadas de colores que componen una de las estampas más pintorescas de la Costa Blanca. Cuenta con algunas calas y playas de aguas cristalinas, como Bol Nou, Paraíso, El Torres o Estudiantes, ambientadas por chiringuitos, un Museo del chocolate y rutas guiadas que rememoran las razias de los piratas berberiscos. Sin olvidar sus fiestas de Moroso y Cristianos, declaradas de Interés Turístico Internacional, en las que sobresale el espectacular "Desembarco".
Si queremos cambiar de aires y darnos un respiro en las montañas, nada mejor que adentrarse por el Valle de Guadalest, marco de un circo montañoso de 18 kilómetros de largo y cuatro de ancho clausurado por las sierras de Ponoig (1.181 m.), Aitana (1.558 m.), La Serrella (1.379) y l'Aixortá (1.219). Allí podemos visitar el pintoresco pueblo de El Castell de Guadalest, subiendo desde La Nucía, municipio de referencia para los deportistas por sus magníficas instalaciones, o bien por Callosa d'En Sarrià, vergel de nísperos y parada obligada para refrescarse en las fuentes El Algar. En el primer caso pasaremos por Polop dejando a la izquierda el monte Ponoig, bautizado como el "león dormido" por el escritor Gabriel Miró.
Han pasado décadas desde que hicieran furor los paseos en burro-taxi y los tenderetes de ponchos, pero El Castell de Guadalest sigue recibiendo al turista con esa mezcla de solemnidad histórica y desenfado comercial. Museos de curiosidades y miniaturas y tiendas de souvenirs ponen la salsa, pero el recinto fortificado, el castillo de San José, la Casa Orduña y las vistas espectaculares del pantano y del Mediterráneo le dan consistencia a la visita.
Si disponemos de tiempo nos esperan también bellas casas de turismo rural, importantes zonas de escalada, (especialmente apreciadas en todo el mundo son las escuelas del Barranc del Arc y sus alrededores, a las que se accede desde la localidad de Sella), inolvidables recorridos BTT y el barranco de El Abdet, donde podremos dar rienda suelta a nuestra ansia de aventura en un paisaje pirenaico.
Muy cerca de Guadalest, el vecino pueblo de Benimantell nos espera cuchara en ristre para degustar la famosa olleta en cualquier de sus restaurantes, mientras Beniardà, Benifato o Confrides nos ofrecen la versión más auténtica de un pueblo de montaña, con sus casas encaladas, sus calles estrechas y sus fuentes por doquier.