Las aguas circundantes a la isla han sido declaradas Reserva Marina del Mediterráneo, en virtud de la excelente calidad de sus aguas y la biodiversidad de su fauna y su flora, y por ser un claro ejemplo de las comunidades marinas mediterráneas escasamente alteradas.
Sus costas albergaron en el pasado un refugio de piratas berberiscos.
En
el siglo XVIII, Carlos III ordenó fortificarla y levantar en ella un
pueblo en el que alojar a varias familias de pescadores de Génova que
estaban cautivos en la ciudad tunecina de Tabarka.
Las murallas que
rodean su núcleo urbano han sido declaradas Conjunto Histórico Artístico
y Bien de Interés Cultural.